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Los santos nos invitan a elevar la mirada «Hacia lo Alto», hacia el Cielo, hacia Dios. Nos invitan a no quedarnos en lo que el mundo nos ofrece, sino a poner nuestro corazón en los bienes eternos y verdaderos. La subida a esta cima puede costarnos esfuerzo, pero merece la pena. Los Siervos y Siervas del Hogar de la Madre nos presentan en este programa las vidas de aquellos que ya han alcanzado la meta y que nos invitan a mirar «Hacia lo Alto».

 

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San Maximiliano vivió completamente enamorado de la Virgen, amándola y haciendo amar a aquella a quien ofrecía cada día toda su vida. Siendo sacerdote franciscano fundó la Milicia de la Inmaculada y propuso a todos sus miembros llevar la medalla de la Milagrosa, arma más fuerte que cualquier bala que pueda uno tirar contra el enemigo para vencerle. Un santo que murió dando su vida por caridad en el campo de concentración de Auschwitz tiene mucho que enseñarnos hoy. No te pierdas su historia en «Hacia lo Alto», de la mano de Marta del Pilar Calandra.

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San Luis, rey de Francia y la Eucaristía

En este «Hacia lo Alto», la Hna. Elizabeth Wieck —Sierva del Hogar de la Madre— nos presenta la vida de san Luis, conocido por la historia como Luis IX, rey de Francia. Siguiendo el ejemplo del Maestro, san Luis desgastó su vida en beneficio de los demás: reparar la justicia, dar de comer a los pobres, dar limosna a los enfermos, visitar a los moribundos, etc. Su dependencia del Señor, especialmente en la Eucaristía, fue lo que le ayudó tomar las decisiones más correctas en los momentos más difíciles. Su reinado para él no era meramente un derecho, sino un deber que le exigía un constante sacrificio. Su secreto era la Santa Misa diaria. Pidamos a san Luis, rey de Francia, un aumento de fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, para que podamos crecer en nuestro amor y deseo de recibirle con un corazón limpio.

San Luis Beltrán y la Eucaristía

En este «Hacia lo Alto», la Hna. Elizabeth Wieck —Sierva del Hogar de la Madre— nos presenta la vida de un santo dominico español que destacó por su humildad y por el don de la oración: san Luis Beltrán. Ordenado sacerdote con solo veintidós años, pasaba largos ratos delante del Santísimo Sacramento. Se convirtió en un ejemplo vivo de santidad para sus hermanos de comunidad. Misionero en Colombia, es allí donde descubre cuán importante es que los fieles cristianos se den cuenta de la presencia real de Jesucristo en el Santísimo Sacramento. Siete años después regresa a España, donde continúa profundizando su intensa vida de oración eucarística, que será su apoyo, su delicia y más grande su tesoro. Debemos agradecer a san Luis Beltrán la promoción de la práctica de la comunión frecuentemente y la devoción a la presencia eucarística.

Jacques Fesch y la Eucaristía

En este «Hacia lo Alto», la Hna. Anna Riordan —Sierva del Hogar de la Madre— nos presenta la vida de Jacques Fesch, joven francés condenado a pena capital por el asesinato de un policía. En el corredor de la muerte, encuentra a tres personas que serán cruciales en su conversión. En el redescubrimiento de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, Jacques llega a experimentar un gran deseo de ser oblación y víctima del Amor Misericordioso de Dios. Allí, en la cárcel, recobra su dignidad de hijo de Dios. Muere en la guillotina el 1 de octubre de 1957, en la fiesta de una gran santa que le ayudó mucho en sus últimos días: Santa Teresita del Niño Jesús.

San Manuel González y la Eucaristía

En este «Hacia lo Alto», el P. Félix López —superior general de los Siervos del Hogar de la Madre— nos habla del amor con que debemos corresponder al AMOR. Y nos lo recuerda con la vida de san Manuel González, conocido como «el obispo de los sagrarios abandonados» y su apostolado. Don Manuel fue destinado a una parroquia en la que Dios no era el centro de la vida de sus fieles. Él mismo fue recibido por los niños a pedradas. Pero el amor que don Manuel tenía por la salvación de las almas, terminó por conquistarlos para Jesucristo. Don Manuel pidió a un grupo de señoras fieles en la parroquia que acompañaran al más abandonado de todos, a Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar, dando inicio así a grupos de adoración y reparación eucarística.

Anne de Guignè y la Eucaristía

En este «Hacia lo Alto», la Hna. Anna Riordan —Sierva del Hogar de la Madre— nos presenta la vida de Anne de Guignè, una niña que voló al Cielo con solo once años. Dios permitió que, al ver la profunda tristeza de su madre tras la muerte de su padre, Anne empezara su conversión. Preguntó a su madre cómo podía consolarla. Ella respondió que tenía que ser buena. Dios se valió del amor de Anne por su madre para que empezara a esforzarse por ser humilde y obediente, pues, ya a los cinco años, Anne sabía que el orgullo y la desobediencia eran sus defectos dominantes. Su primera comunión fue un paso muy importante para conocer a Jesús, amarle y seguirle. Su madre comentó en alguna ocasión que «seguramente Anne no hubiera podido luchar contra sus defectos dominantes —el orgullo y la desobediencia— si no hubiera sido por la Eucaristía». El amor a la Eucaristía la llevó a esforzarse por hacer la voluntad de Jesús, sin poner como excusa su corta edad y su enfermedad.

San Francisco de Asís y la Eucaristía

En este «Hacia lo Alto», el P. Félix López —superior general de los Siervos del Hogar de la Madre— nos recuerda que san Francisco de Asís fue un enamorado de Jesús Eucaristía, por quien dejó su vida de comodidades para seguir a Cristo pobre, Cristo casto, Cristo humilde y obediente. El Señor le habló al corazón diciéndole: «¿Qué es mejor, servir al siervo o al maestro?». San Francisco respondió: «Al maestro». Jesús respondió: «¿Y por qué te empeñas en servir al siervo?». Y mostrándole esta verdad de su ser, le llamaba a reparar su Iglesia, pues «amenazaba ruina». La realidad de la presencia de Jesús en la Eucaristía fue la fuerza de san Francisco para dejarlo todo y seguir al Señor hasta verlo cara a cara, en el Cielo, para siempre.

San Tarsicio y la Eucaristia

En este «Hacia lo Alto», la Hna. María Fra —Sierva del Hogar de la Madre— reflexiona acerca de la vida de san Tarsicio, jovencísimo mártir de la Eucaristía. San Tarsicio vivió en una época de persecución religiosa en la que los cristianos arriesgaban su vida para poder recibir a Jesús en la Eucaristía. Fue llamado al martirio cuando el Papa Sixto aceptó su ofrecimiento de llevar la Sagrada Comunión a los cristianos encarcelados a causa de su fe. Acorralado por otros muchachos que, por curiosidad e intuyendo el tesoro que Tarsicio custodiaba, intentaron quitarle a Jesús Eucaristía, murió bajo sus golpes. Pero la fuerza de Dios triunfó en su testigo, pues su fidelidad en la defensa de la Eucaristía fue heroica y consiguió evitar la profanación. Su ejemplo alentó la perseverancia de otros cristianos que seguían a Cristo por el camino de la Cruz.

Santa Isabel de la Trinidad y la inmolacion

En este «Hacia lo Alto», el P. Félix López —superior general de los Siervos del Hogar de la Madre—, nos recuerda cómo Jesús también se hace presente en la cruz para transmitirnos su amor. Desde el verano de 1903, Santa Isabel de la Trinidad comenzó a tener problemas de salud: se cansaba mucho y tenía frecuentes problemas de estómago. A principios de 1905 la situación empeoró, se sentía agotada, sin fuerzas. Ella no lo sabía, pero padecía la enfermedad de Addison, que por entonces era incurable. A finales de marzo de 1906, Isabel entra en la enfermería del convento. Allí pasará los últimos ocho meses de su vida, viviendo lo que la Madre Germana calificaría como «una auténtica subida al Calvario». El estado general de Isabel fue empeorando, y en sus últimos días apenas podía comer y beber, privándose de recibir la Sagrada Comunión. Este hecho supuso un gran sufrimiento para ella, y desde su lecho experimentó cómo su vida se identificaba con la inmolación que Cristo hacía de sí mismo sobre el altar. A pesar de esta dolorosa situación, ella lo acepta todo de las manos de Dios y escribe en sus cartas: «Por encima de todo, la voluntad de Dios es mi alimento».

Santa Isabel de la Trinidad y los sacerdotes

En este «Hacia lo Alto», el P. Félix López —superior general de los Siervos del Hogar de la Madre—, nos recuerda la importancia del don tan excelso del sacerdocio en la vida de la Iglesia y la santificación de las almas. Santa Isabel de la Trinidad mantuvo una ardua correspondencia con varios seminaristas y sacerdotes, a quienes tenía una gran veneración, ya que a través de su ministerio las almas pueden recibir al Señor y ser transformadas en Él. Las 40 cartas que santa Isabel les dedicó son de un gran valor, pues contienen su propia vivencia del misterio de Dios. No pretendió tanto enseñar, sino acompañar y alentar a sus hermanos en su camino sacerdotal. El conjunto de estas cartas revela la profunda inquietud sacerdotal de santa Isabel de la Trinidad, muy similar a la de Teresa de Lisieux. También ella quería transmitirles su experiencia de camino espiritual como medio de evangelización, que se concretó en la vocación descrita por san Pablo: «para ser alabanza de la gloria del Padre».

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