En su homilía, el Papa menciona que el cristiano ha de ser “luz del mundo y sal de la tierra”. La vocación cristiana es, por su naturaleza misma, vocación al apostolado. Todos los cristianos estamos llamados a renovar nuestra profesión de fe en las palabras y en la propia vida. En el Concilio Vaticano II se subrayó que la tarea primordial de los seglares católicos es la de transformar todo el tejido de la convivencia humana con los valores del Evangelio.