Dios quiere conducir al pueblo de Israel como «un padre lleva su hijo de la mano», pero el hijo se frena y se desorienta. El pueblo desea ver un rostro. Busca algo tangible. No quiere que Dios sea demasiado misterioso, a causa de sus propios miedos y temores. Este deseo de ver el rostro de Dios, en realidad, Dios lo aprecia como un deseo legítimo.