El faro: La sobriedad
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Cuando yo era pequeña, nos hablaban de la sobriedad. Hoy ya no oigo hablar de ella en la Iglesia nunca, al contrario. ¿Es que no es algo que hay que buscar?
Cuando yo era pequeña, nos hablaban de la sobriedad. Hoy ya no oigo hablar de ella en la Iglesia nunca, al contrario. ¿Es que no es algo que hay que buscar?
Es impresionante el número de personas que hoy consultan a videntes, astrólogos, futuristas, etc. Con frecuencia oigo hablar de personas que tienen la capacidad de percibir y de emitir radiaciones con las que llegan a detectar objetos perdidos, personas desaparecidas, partes del cuerpo afectadas por una enfermedad, etc., y hasta agüeran algunas curaciones o al menos alivian ciertos dolores. Este año asistí en Madrid a una conferencia cuaresmal confiada por el Cardenal Arzobispo a un religioso, que tiene fama de ciencia y piedad. Habló del ocultismo. Él mismo perteneció durante algún tiempo a un grupo de ese tipo de personas al que me he referido más arriba. En la conferencia, se manifestó muy severo con todas estas cosas porque aun cuando algunas de estas prácticas no hagan sino echar mano a la fuerza del naturaleza, la experiencia le dice que con frecuencia se mezcla una acción preternatural. Se apoyó en diversos pasajes de la Escritura, en particular en Deuteronomio 18, 10; y en algunos números del Catecismo. ¿Qué piensa usted de todo esto?
El derecho canónico mantiene el principio de que el vínculo matrimonial goza del favor del derecho, es decir, que hay que presumir como válidos todos los matrimonios celebrados ante el sacerdote y dos testigos, a menos que se pruebe de una manera cierta que no lo son, ya sea por algún defecto de consentimiento, ya porque había un impedimento que no se dispensó, o por falta de madurez en alguno de los dos cónyuges para asumir los deberes conyugales. Y, además, en estos casos, cuando el matrimonio se demuestra que fue nulo desde el principio, lo pastoralmente correcto es tratar de convalidarlo, subsanando las causas de nulidad siempre que sea posible. Pero actualmente, con tantas separaciones y sentencias de nulidad por parte de los tribunales eclesiásticos, parece más bien que acabaremos afirmando el principio contrario. Es decir, que la mayoría de los matrimonios son nulos. ¿Usted qué piensa?
Leí hace años la vida del Padre Pío de Pietrelcina. Ahora, después de que haya sido canonizado y, puesto que tengo muchos buenos amigos católicos que desconocen la figura de este gran santo de nuestro tiempo, me he planteado dársela a conocer. Pero he de confesar que estoy dudando sobre esto, ya que hay muchos carismas extraordinarios en su vida: estigmas sangrantes de la Pasión del Señor durante 50 años, lucha abierta y violenta contra el diablo, conocimiento interior de la personas, bilocaciones reales y comprobadas, etc.; que me temo que un santo así asuste a mis amigos. Además, las persecuciones de que fue objeto por parte de varios obispos, teólogos bien considerados y del mismo Santo Oficio, y finalmente por algunos superiores de su misma orden capuchina; me da miedo que puedan escandalizar estos lectores. ¿Qué me aconseja?
En una parroquia vecina a la mía, ha cambiado el párroco. A una señora, ya mayor, al encontrarla a salir de la misa un día laboral, le pregunté que por qué accudía a mi parroquia y no a la suya. Ella me contestó: “El domingo, en la Santa Misa, en la consagración, el nuevo párroco dijo que no se arrodillara nadie. Yo no pude no arrodillarme porque mi conciencia me dice que debo hacerlo. Al terminar la misa, se dirigió a mí y me dijo: "Usted está desobedieciendo a la Iglesia, al Papa y mí, que soy el párroco”. A mí me pareció que había hecho bien la señora, ya que San Pablo dice que al nombre de Jesús, toda rodilla se doble. Y la consagración, ¿no es lo más grande que occurre en la tierra, cuando el pan y vino se convierten en el Cuerpo y Sangre del mismo Hijo de Dios? Dígame algo sobre esto, por favor.
“Conviértenos y nos convertiremos” (Lam. 5, 21). Si la gracia es un don, ¿cómo se explica que haya hombres sin ella? ¿Qué se le puede pedir al hombre que vive en pecado por no conocer a Dios?
Juan Bosco nació en Becchi, un pequeño pueblo italiano, en 1815. Siendo niño murió su padre y tuvo que trabajar ayudando al sustento familiar. Como quería ser sacerdote, un sacerdote amigo suyo le ayudó, pero tenía que caminar cada día, unos diez kilómetros -a veces descalzo, por no gastar zapatos- para ir a estudiar en el liceo de Chieri. Con el fin de pagar sus estudios, trabajó en numerosos oficios.
Ordenado en 1841 y preocupado por la suerte de los niños pobres, particularmente por su imposibilidad de acceso a la educación, a partir de 1842 fundó el Oratorio de San Francisco de Sales. Estableció luego las bases de la Congregación de los sacerdotes de San Francisco de Sales, o salesianos (1851), aprobada en 1860, y de su rama femenina, el Instituto de Hijas de María Auxiliadora.
San Juan Bosco murió la madrugada del 31 de enero de 1888 en Turín. Fue beatificado en 1929 y canonizado en 1934; para su canonización se presentaron seiscientos cincuenta milagros obrados por él. Su festividad se conmemora el día de su fallecimiento, el 31 de enero.
Gracias a la generosidad de nuestros bienhechores, hemos podido seguir hasta ahora. Pero las exigencias van siempre en aumento y con frecuencia surgen gastos imprevistos, como reparaciones, adquisición de nuevas máquinas, etc.
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