En memoria de D. Andrea Santoro

«Tras las huellas del Nazareno», programa de la Fundación EUK Mamie-HM Televisión, te adentra en la vida y en el alma de los mártires de hoy, con un programa especial «En memoria de D. Andrea Santoro», sacerdote romano, fidei donum en Medio Oriente, asesinado en Turquía por odio a la fe en 2006, mientras meditaba la Palabra de Dios en su pequeña parroquia de Santa María de Trabzon.

Tenemos como invitada a Maddalena Santoro, que nos habla del precioso recorrido —humano y espiritual— realizado por su hermano que comprendió la necesidad que tenían de ayuda espiritual tanto la «Iglesia Madre», es decir, la Iglesia de Tierra Santa, como la «Tierra Santa de los Apóstoles», esto es, Turquía. Por eso asumió el riesgo de morir con tal de ser «otro Cristo» en medio de un pequeño rebaño. Maddalena nos presenta también la difícil situación de los seguidores de Cristo en un país absolutamente islamizado como es Turquía.

Magdalena Santoro ha trabajado toda la vida como docente universitario. Tras el asesinato de su hermano sea convertido en el punto de referencia de muchas personas que quieren mantener vivo el recuerdo y la espiritualidad de don Andrea Santoro a través de la «Associazione don Andrea Santoro» http://www.associazionedonandreasantoro.it/

La Fundación EUK Mamie ha realizado dos breves videos sobre la figura de este magnífico sacerdote: "Inmólame: oración de don Andrea Santoro"Inmólame: oración de don Andrea Santoro" y "D. Andrea Santoro. Testigo de la fe en Turquía".

 



Maddalena afirma: «Don Andrea era sacerdote hasta la médula de sus huesos. Él sentía muy dentro de él esta vocación, esta llamada». Comenzó su vida sacerdotal como vicario parroquial en su diócesis de Roma, aunque siempre tuvo el deseo de partir para las misiones, pero espero el momento en el que el Señor manifestara su voluntad a sus superiores eclesiásticos, los cardenales vicarios de Roma. A los diez años de su ordenación, en el año 1980, el cardenal Poletti le da permiso para pasar seis meses en Tierra Santa. Maddalena explica: «Sentía un reclamo fortísimo de ir a donde había estado Jesús».

 

 


Esa experiencia le marcó para siempre. De una parte, le hizo consciente del sacrificio que había costado a los apóstoles la evangelización del Medio Oriente y de todo el mundo conocido entonces. De otra, comprendió la necesidad que la «Iglesia Madre» —como él llamaba a la Iglesia de Tierra Santa— tenía de la Iglesia de Roma. Su hermana explica: «Esto se encuentra en sus escritos, en sus cartas a sus superiores, donde él dice: “Sí, hay una apertura y una misión en África. Hay también una misión en los países del lejano oriente, pero quizá no nos damos cuenta de lo necesario que es una misión en los países donde Jesús vivió, donde los apóstoles anunciaron el Evangelio, y donde la fe está como bajo las cenizas, donde ha tenido que esconderse debido a las persecuciones. Ha tenido que esconderse porque todas las iglesias se han transformado en mezquitas o, si nos hacen el favor —entre comillas la palabra “favor”—, las convierten en museos y por tanto se pueden visitar».

Los superiores no le dan permiso para marchar y le encargan, en cambio, la construcción de una nueva parroquia en Roma. Él se la dedicó a «Jesús de Nazaret» y plasmó a través de la arquitectura y la decoración mucho de su propia espiritualidad y de su sed de la palabra de Dios. Comenzó a organizar peregrinaciones a Tierra Santa, al Egipto del Antiguo Testamento, a Siria, a Jordania… Era una forma de ayudar a la Iglesia Madre, de estar ceca de ella. Y la fe de los fieles de sus parroquias se vio fortalecida en esos viajes.

En el año 1993, don Andrea pasa un nuevo periodo, esta vez de cuatro meses, en Tierra Santa y, esta vez, recorre también Turquía. Maddalena explica: «¿Por qué Turquía? Porque él decía que esa era la Tierra Santa de los Apóstoles». (…) Don Andrea descubre que la Iglesia Madre no solo sufre en Tierra Santa, sino también en Turquía, donde los cristianos no pueden vivir libremente su fe. Y descubre otra cosa, don Andrea: que en Turquía hay más cristianos de los que se declaran tales, pero que no se atreven a exponerse porque es peligroso para ellos». Descubre además, que esos cristianos están desatendidos «como ovejas sin pastor». La hermana de don Andrea precisa: «Turquía se hizo un estado, con Atatürk, hacia el 1920. Debería haberse formado un estado laico, pero —en la nueva Turquía— había espacio para que el Islam pudiera manifestarse, pero no había espacio para las minorías». «Esta realidad, además de hacerle sufrir mucho, le hizo pensar que estar presente allí era necesario. Ser una pequeña presencia, una pequeña luz, aun no pudiendo hacer nada. De hecho, en sus cartas de Turquía, que nos escribía desde el primer momento, nos decía: “Me preguntáis qué es lo que hago. ¿Qué hago? Nada. No excavo pozos como se hace en África, no hago otras cosas... No, porque no se puede hacer nada, no se puede hacer nada, pero estoy”».

Finalmente, en el año 2000, el cardenal Ruini le permite marchar como sacerdote fidei donum a Turquía, la Tierra Santa de los Apóstoles. Mantiene un fuerte vínculo con su diócesis de origen, Roma, y con los fieles —que desde las parroquias en las que sirvió como párroco— sostienen su nuevo servicio a los cristianos turcos y al pueblo musulmán, al que quiere presentar, y son palabras suyas, «a Jesús entero», no solo el Jesús profeta que conocen por el Corán, sino a Jesús Hijo de Dios, Jesús cordero, Jesús Redentor.

En su primer destino, Urfa —la patria de Abraham— no quedaba ninguna iglesia.
En Trabzon, su segundo destinado, estaba la iglesia de Santa María, en la que moriría. La siguiente iglesia estaba a 350 kilómetros de distancia, en Samsun, en la costa del mar Negro. Maddalena precisa: «No existe una persecución abierta como en otros países, pero existe un decir a los cristianos: “Haced lo que os permitimos hacer”. Él creía en la eficacia de “ser presencia”. (…) Decía además que, el hecho de estar presentes allí, era importante también para Europa. No el hecho de estar presentes allí por Europa, sino para nuestro propio ser presencia en Europa. Él decía: “Estemos atentos porque también nosotros corremos el riesgo de hacer desaparecer los símbolos, los signos, las manifestaciones religiosas. Las hacemos desaparecer por un concepto de laicidad, que al final es laicismo. Que es un “no aquí, no aquí, no aquí”. Y después se da espacio a quién sabe qué cosas».

Don Andrea trataba de ver lo que él llamaba las «briznas de hierba». Decía que, cuando se está en el desierto, cualquier pequeña brizna de hierba verde es importante. Por eso, cualquier pequeño gesto de un musulmán, para él era tremendamente significativo. Pero no cerraba los ojos a la realidad. Por ejemplo, en varias ocasiones fue acosado, insultado y escupido por jóvenes e incluso por niños. Días antes de su asesinato un grupo de hombres lo persiguieron y acorralaron con el coche, lo sacaron a rastras de su auto y, si un vecino no hubiera avisado a la policía, la cosa hubiera podido terminar muy mal. Don Andrea confesó a su hermana: «No pude dormir durante varias noches, pensando también en la violencia que muchas mujeres sufren... Tuve mucho miedo. El brazo me dolió por varios días. Y realmente no conseguía dormir».

Su hermana describe las últimas horas de don Andrea. Era el domingo 5 de febrero de 2006. Don Andrea había tenido un encuentro con algunos universitarios curiosos por conocer el cristianismo. Descendían de inmigrantes griegos, georgianos o armenos que, a causa de la presión social, no habían sido capaces de educar en su fe a los hijos y nietos. Con el pasar de las generaciones, los descendientes desconocían incluso la verdadera religión de sus antepasados. Al llegar a la universidad y ampliar sus conocimientos culturales, habían comenzado a sospechar que su familia no era originariamente musulmana. Y habían acudido a don Andrea para conocer mejor sus orígenes. Eran apenas seis u ocho personas: «Alrededor de las cuatro concluía este encuentro dominical con un momento de oración. Llamó a los que quedaban, aquel día eran solo dos, los llamó y les dijo: “Terminamos con la oración”. Él se arrodilló en el último banco de la iglesia, que tenía una única navata con dos filas de bancos. Al fondo a la derecha, se puso de arrodillas. A sus espaldas estaba la entrada principal, y a los lados, las entradas laterales. Don Andrea tenía entre las manos la biblia, en idioma turco, y estaba de rodillas. Una de las personas que estaba con él, estaba entrando en la iglesia por el lateral y vio que alguien entraba. Y vio que mientras entraba llevaba una pistola en la mano y disparaba a D. Andrea, que estaba allí arrodillado. Al principio, la chica pensó que era una intimidación... Pero enseguida se dieron cuenta de que... en efecto… Fueron dos disparos, pero mortal cada uno de ellos, porque le dispararon en los pulmones. Don Andrea murió derramando toda su sangre. Uno de estos proyectiles golpeó la Biblia. En la Biblia se puede ver perfectamente el agujero de esta bala».

En Don Andrea destacaban no solo grandes capacidades humanas, sino también grandes capacidades espirituales: «Este enamoramiento por Jesús, este enamoramiento por la Escritura, este enamoramiento por la Iglesia... Era verdaderamente grande... El cardenal Ravasi, en el prefacio del libro “Una flor del desierto” que recoge las oraciones de don Andrea, escribe que “todos sus escritos están atravesados por un hilo de oro, que es la Escritura”. Escribe introduciendo párrafos enteros de la Escritura, pero no simplemente repetidos de memoria, sino que se percibe que la Escritura era ya “carne de su carne”. Y cuando él se expresaba, se expresaba con esos mismos sentimientos que están presentes en los escritores sagrados».

 

 

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