«Me ofrecí con deseos de ser aceptada, mientras el Señor no me abría las puertas del Claustro, para ir a tierras africanas, junto a los misioneros, para llevar a las almas ¡el Amor que abrasa, la Esperanza que fortalece, la Fe que guía y eleva de la tierra al Cielo!: Ir con la Divina Pastora, conducir las ovejas a verdes pastos, donde corren las aguas cristalinas de la fuente eterna. Pero ¡no me explico cómo siento en mí aspiraciones tan opuestas!

Contenta volaría hacia los desiertos de África, a la conquista de las almas de mis queridos Hermanos alejados, y llego hasta envidiar a quienes tienen esa suerte. Me inmolaría feliz en los hospitales junto a los miembros doloridos de Cristo para, con mis servicios, prestarles toda clase de alivios. Y más feliz aún me enterraría en las leproserías acogiendo los gemidos de la Humanidad doliente, ofreciéndolos a Dios como víctimas expiatorias por los pecados del mundo. Me gustaría adquirir el conocimiento de todas las ciencias para transmitirlo a las almas como reflejo de la eterna Sabiduría, fuente de donde mana toda la luz de la inteligencia y de la ciencia adquiridas, y poderlas así ¡elevarlas del ras de la tierra a la luz de lo sobrenatural!

Mas, ¡pobriña de mí, que nada soy y nada tengo! Me levanto de mi propia nada y, en la unión de mi alma con Cristo, encuentro todo, porque es desde lo más profundo de la abyección como Dios me eleva a las alturas de lo sobrenatural: es por la humildad que desciende hasta el fondo del Océano. Es ahí como se encuentra la Luz, la fuerza, la alegría, y donde Dios concede la gracia de alcanzar ¡la cumbre del Amor! De ahí, mi ardiente deseo de inmolarme a solas con Él en el silencio de un claustro, donde pueda darLe todo en una unión más perfecta, un encuentro más íntimo, por mi Madre la Iglesia y por las almas de mis queridos Hermanos.

Así seré por mi unión con Cristo: ¡el Amor que abrasa, la Esperanza que fortalece, la Fe que ilumina el camino para la vida eterna! Y conseguir así que, todos unidos en la misma Fe, en la misma Esperanza y en el mismo Amor, creamos en la existencia del Dios eterno, único y Trino en Personas, en Jesucristo Su Hijo, en la vida eterna, en la obra de la Redención y, para su realización en su Iglesia: ¡Una, Santa, Católica y Apostólica!».

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