Sermones de San Bernardo dedicados a María

«¿Qué otra cosa te parece que predijo Dios, cuando dijo a la serpiente: Pondré enemistades entre ti y la mujer? Y si todavía dudas que hablase de María, oye lo que se sigue: Ella misma quebrantará tu cabeza. ¿Para quién se guardó esta victoria sino para María? Ella sin duda quebrantó su venenosa cabeza, venciendo y reduciendo a la nada todas las sugestiones del enemigo, así en los deleites del cuerpo como en la soberbia del corazón».

 «¿Qué otra fijamente buscaba Salomón cuando decía: ¿Quién hallará una mujer fuerte? Conocía este hombre sabio la debilidad de este sexo, su frágil cuerpo y su corazón inconstante. Con todo eso, porque había leído que la había prometido Dios, y sabía que convenía que quien había vencido por una mujer fuese vencido por otra, con una vehemente admiración decía: ¿Quién hallará una mujer fuerte? Lo cual es decir: ya que está dispuesto por el consejo divino que de la mano de una mujer venga la salud de todos nosotros, la restitución de la inocencia y la victoria del enemigo, es necesario que se prepare una de todos modos fuerte, que pueda ser a propósito para obra tan grande».

«Alégrese Eva principalmente, pues de ella primero nació el mal, y su oprobio pasó a todas las mujeres. Porque ya está cerca el tiempo en que se quitará el oprobio, ni tendrá ya de qué quejarse contra la mujer el hombre; el cual, pretendiendo excusarse imprudentemente a sí mismo, no dudó acusarla cruelmente diciendo: La mujer que me diste me dio del fruto del árbol, y comí. Así, corre, Eva, a María, corre a tu Hija; Ella responderá por ti, quitará tu oprobio, dará satisfacción a su Padre por su Madre; pues ha dispuesto Dios que, ya que el hombre no cayó sino por una mujer, tampoco sea levantado sino por una mujer. Según las palabras de la Apocalipsis: un portento grande apareció en el cielo: una mujer estaba cubierta con el sol y la luna a sus pies y en su cabeza tenía una corona de doce estrellas».

«Muchísimo daño, amadísimos, nos causaron un varón y una mujer; pero, gracias a Dios, igualmente por un varón y una mujer se restaura todo. Y no sin grande aumento de gracias. Porque no fue el don como había sido el delito, sino que excede a la estimación del daño la grandeza del beneficio. Así, el prudentísimo y clementísimo Artífice no quebrantó lo que estaba hendido, sino que lo rehizo más útilmente por todos modos, es a saber, formando un nuevo Adán del viejo y transfundiendo a Eva en María.

Así, pues, ya no parecerá estar de más la mujer bendita entre todas las mujeres, pues se ve claramente el papel que desempeña en la obra de nuestra reconciliación, porque necesitamos un mediador cerca de este Mediador y nadie puede desempeñar tan provechosamente este oficio como María. ¡Mediadora demasiado cruel fue Eva, por quien la serpiente antigua infundió en el varón mismo el pestífero veneno! ¡Pero fiel es María, que propinó el antídoto de la salud a los varones y a las mujeres!».

«Ella se hizo toda para todos; a los sabios y a los ignorantes, con una copiosísima caridad, se hizo deudora. A todos abre el seno de la misericordia, para que todos reciban de su plenitud (…). Sin duda, Ella es aquella mujer prometida otro tiempo por Dios para quebrantar la cabeza de la serpiente antigua con el pie de la virtud, a cuyo calcaño puso asechanzas en muchos ardides de su astucia, pero en vano, puesto que Ella sola quebrantó toda la herética perversidad».

 «Apareció una mujer, dice San Juan, vestida del sol, y la luna debajo de sus pies. Abracemos las plantas de María, hermanos míos, y postrémonos con devotísimas súplicas a aquellos pies bienaventurados. Retengámosla y no la dejemos partir hasta que nos bendiga, porque es poderosa. Ciertamente, el vellocino colocado entre el rocío y la era, y la mujer entre el sol y la luna, nos muestran a María, colocada entre Cristo y la Iglesia».

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