Siendo niño, siendo joven, ¿puedo saber que Dios me llama? D. Pablo Valls Espinosa —rector del Seminario Menor Diocesano de Valencia— nos responde. Cuando Dios llama a la vocación sacerdotal, a seguirle de cerca en una edad temprana, Él mismo pone medios y personas que cuiden esa vocación. El amor no obliga, respeta la libertad y requiere de una respuesta. La vocación puede malograrse si no se responde a ella.

D. Pablo Valls Espinosa es el rector del Seminario Menor Diocesano de Valencia. Considera un importante medio de formación de los seminaristas el silencio exterior al final de la jornada. De esa forma, pueden preparar sus corazones para hablar con el Señor y eliminan ruidos y distracciones para que su primer pensamiento al día siguiente sea una alabanza a Dios.

D. Pablo Valls Espinosa es el rector del Seminario Menor Diocesano de Valencia. Desde su experiencia como formador de jóvenes, describe la importante ayuda que el seminario menor proporciona a los jóvenes a la hora de discernir su posible llamada al sacerdocio. ¿Cómo se realiza esa delicada tarea? Poniendo a los seminaristas en contacto con Jesús, presente en la Eucaristía, y ofreciéndoles una formación que les permita crecer en la vida espiritual.

Para D. Javier Ortega —Pro-Vicario General de la Diócesis de Alcalá de Henares (España)— María es Madre de Cristo y Madre de los sacerdotes y la que le educa para llegar a tener un corazón humilde, manso y dócil a la voluntad de Dios. La Virgen le enseña «a custodiar las cosas del Señor en su corazón».

D. Javier Ortega —Pro-Vicario General de la Diócesis de Alcalá de Henares (España)— describe la confesión como «el encuentro con la misericordia del Padre». En ella se muestra el gran misterio del amor que Dios tiene por cada uno de nosotros. En cada confesión, el sacerdote es testigo privilegiado de cómo Dios actúa para perdonar los pecados de los penitentes.

Para D. Javier Ortega —Pro-vicario General de la Diócesis de Alcalá de Henares (España)— la Eucaristía es el centro y el ser del sacerdote. Por ello, el sacerdote debe hacer de la Eucaristía el corazón de su vida. De esa manera, experimentará que, cada día que celebra el sacrificio del altar, le resulta nuevo y, sobre todo, sorprendente, porque es el mismo Cristo el que está realmente presente bajo la apariencia de ese pequeño trozo de pan.