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"El sacerdote" te quiere ayudar a comprender la grandeza del ministerio que Dios ha confiado a algunos hombres que Él mismo ha elegido, para prolongar su misión en el mundo.
"El mismo Señor, para que los fieles se fundieran en un solo cuerpo [...], entre ellos constituyó a algunos ministros, para ofrecer el sacrificio y perdonar los pecados, y desempeñar públicamente, en nombre de Cristo, la función sacerdotal en favor de los hombres" (Presbyterorum Ordinis, nº 2).

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En este programa de «El Sacerdote», el P. Ramón Martín, sacerdote diocesano de Valencia, culmina este bloque concretizando cómo hay que vivir el ministerio sacerdotal. Su respuesta es: «Mirar a Cristo». En cualquier misión o apostolado que el sacerdote tiene encargado, lo fundamental es que no quite los ojos de Cristo. El P. Ramón recuerda a los sacerdotes que las almas van buscando a Cristo, y por eso el sacerdote tiene que desaparecer y así poder transformarse totalmente en Cristo por el bien del pueblo santo de Dios. «Que Él sea el centro de nuestras vidas», y así se puede llevar a Cristo a las almas.

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El distintivo sacerdotal

Vivimos en una sociedad en la que muchos de sus miembros se han olvidado de Dios. Don Fernando Altolaguirre, sacerdote de la Diócesis de San Sebastián (España), piensa que, algo que podría reavivar esta fe y recordar al hombre que la vida no se acaba en este mundo, es la recuperación de signos que hagan referencia a Dios, en concreto los signos que manifiestan la pertenencia a Dios de los sacerdotes y consagrados. Hablamos pues en este programa de «El Sacerdote» acerca del distintivo sacerdotal o religioso, que no es un signo de poder o para llamar la atención, sino un signo pastoral, de manifestación de disponibilidad para aquel que lo necesita. Si necesito atención sacramental, pero no sé identificar quién es el sacerdote: ¿cómo voy a acudir a él para pedirle ayuda?

El Señor me fue puliendo


D. Fernando Altolaguirre, sacerdote de la diócesis de San Sebastián (España), proviene de una familia tradicional católica, no excesivamente religiosa ni comprometida, que acudía a los actos de la Iglesia más por cumplimiento que por una convicción de fe. Pero como para Dios no hay nada imposible, esta fe sin fundamento no fue un impedimento para mostrar a D. Fernando cuál era su voluntad sobre él. A los 19 años, Dios le habló claramente, y él, sin perder el tiempo, comenzó su discernimiento vocacional. Después de dos años entró en el seminario y fue ordenado el 17 mayo de 2003.

El celibato libera el corazón

A pesar de que la Iglesia ha explicado, de muchas maneras, por qué es necesario que el sacerdote viva célibe, nuestro mundo sigue insistiendo en hacer desaparecer el celibato con el pretexto del bien del sacerdote. Ante esto, D. Enric Roig Vanaclocha, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia, argumenta desde su propia experiencia. Es cierto que el sacerdote tiene que luchar para vivir de este modo, pero gracias a este don puede entregarse con mayor disponibilidad a todos, y es el camino para que su corazón se estabilice y ensanche, ya que, no tiene que dividir su tiempo entre lo personal y lo ministerial, sino que todo él esta consagrado a llevar a Dios al mundo: «El celibato no es una carga sino una mediación para que nuestra vida ministerial sea como la de Jesucristo», afirma D. Enric.

María, reflejo de Jesucristo

D. Enric Roig Vanaclocha ―sacerdote de la Archidiócesis de Valencia― tiene, desde la infancia, una especial vinculación con la Virgen María. Ella, en todo momento, ha procurado que él esté muy cerca de Jesús. Para D. Enric fue muy significativo que el seminario donde se formó se llamara «de la Inmaculada Concepción». La intercesión maternal de María por cada uno de los seminaristas y el amor que estos transmitían hacia Ella era notable, sobre todo, durante la novena de la Inmaculada y la celebración de su fiesta el 8 de diciembre. D. Enric afirma que, allá donde sea destinado, le es imprescindible que estén sus dos pilares fundamentales: Nuestro Señor Jesucristo, presente en el sacramento de la Eucaristía, y Nuestra Madre la Virgen María.

Hay que enamorarse del ministerio

En este programa de «El Sacerdote», D. Enric Roig Vanaclocha, presbítero de la Archidiócesis de Valencia, desarrolla tres puntos fundamentales dentro de la vida del sacerdote: el amor por el ministerio, la conciencia de ser trabajadores de la mies del Señor y la innegociabilidad de la oración. El sacerdote debe desempeñar su ministerio unido en todo momento al Señor porque, si no lo hace, no dará fruto. No se trata de trabajar por trabajar, sino de preguntarse: ¿Qué me pide Dios hoy? Las cosas que hago, ¿las hago por amor o por cumplir con el deber, o peor aún, para ser considerado por los demás? Para poder responder a estas preguntas, es necesaria la oración constante. Es aquí donde el sacerdote descansa en los brazos de Dios y se restituyen sus fuerzas. Por supuesto, el sacerdote no puede olvidar que la mies no es suya, sino de Dios, que se la ha confiado en sus manos para que la cuide y haga prosperar.

El confesor, canal de la misericordia

D. Enric Roig Vanaclocha, sacerdote de la Archidiócesis de Valencia, reflexiona acerca de la misericordia que el Señor derrama en el sacramento de la confesión. Muchas de las angustias, ansiedades y tristezas que sufrimos provienen del pecado que oprime y rebaja al ser humano, impidiéndole la realización plena de su ser. En la confesión el alma no se encuentra con un Dios que le rechaza y le odia, sino con el Amor que espera nuestro arrepentimiento para librarnos del peso de ese pecado que nos ha hundido en la miseria. Teniendo en cuenta esto, D. Enric, nos invita a preguntarnos: ¿Por qué debería tener miedo de un Dios que lo único que quiere es salvarme? No despreciemos esta oportunidad que el Señor nos ofrece para limpiar nuestra alma: acudid con frecuencia al sacramento de la confesión.

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