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"El sacerdote" te quiere ayudar a comprender la grandeza del ministerio que Dios ha confiado a algunos hombres que Él mismo ha elegido, para prolongar su misión en el mundo.
"El mismo Señor, para que los fieles se fundieran en un solo cuerpo [...], entre ellos constituyó a algunos ministros, para ofrecer el sacrificio y perdonar los pecados, y desempeñar públicamente, en nombre de Cristo, la función sacerdotal en favor de los hombres" (Presbyterorum Ordinis, nº 2).

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En este programa de «El Sacerdote», el P. Ramón Martín, sacerdote diocesano de Valencia, culmina este bloque concretizando cómo hay que vivir el ministerio sacerdotal. Su respuesta es: «Mirar a Cristo». En cualquier misión o apostolado que el sacerdote tiene encargado, lo fundamental es que no quite los ojos de Cristo. El P. Ramón recuerda a los sacerdotes que las almas van buscando a Cristo, y por eso el sacerdote tiene que desaparecer y así poder transformarse totalmente en Cristo por el bien del pueblo santo de Dios. «Que Él sea el centro de nuestras vidas», y así se puede llevar a Cristo a las almas.

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¿Qué es la oración?

D. José García Hernández —sacerdote de la Diócesis de Alcalá de Henares— hace un fuerte llamamiento a la oración, algo que todo fiel cristiano necesita para que su alma pueda respirar. Una de las misiones del pastor para con sus ovejas es estar ante el Señor orando por ellas, pero también por todos aquellos que no saben orar, no quieren orar o no encuentran tiempo para orar. Es parte de su ministerio sacerdotal.

La misericordia del Padre

El sacerdote no solo es ministro del sacramento de la confesión, sino sujeto del mismo. D. José García Hernández —sacerdote de la Diócesis de Alcalá de Henares— confiesa que, desde su ordenación sacerdotal, cada año se siente más indigno de este ministerio, más pequeño y más necesitado de la gracia de Dios. A través de este sacramento ha podido ver todas las heridas que el pecado genera y cómo Dios intercede por medio de él borrando todas las faltas y sanando al alma que desea acercarse al Señor y ponerse de nuevo en camino hacia la santidad.

Un tiempo para Dios

D. José García Hernández —de la Diócesis de Alcalá de Henares— recuerda que el sacerdote no es sacerdote solo ocho horas al día, o lo que dura su jornada «laboral», sino que lo es siempre, y por tanto, es necesario que santifique cada segundo de su tiempo para el Señor. En este aspecto, hay que destacar la importancia del rezo de la Liturgia de las Horas, a la que el sacerdote se compromete, públicamente, delante de su obispo, en la ordenación diaconal y sacerdotal. La Liturgia de las Horas está compuesta por textos inspirados y revelados por el Señor, que ayudan al sacerdote a hacer de su vida una oración continua cuyo centro sea Dios.

Madre de los sacerdotes

¿Quién es María para el sacerdote? Es una madre que educó y transmitió a Jesús todo lo que Ella conocía de su trato con el Señor. De igual forma enseña a los sacerdotes para que, ya desde el Seminario, se vaya formando en ellos el corazón sacerdotal de Cristo.
 D. José García Hernández —sacerdote de la Diócesis de Alcalá de Henares— reconoce que «María guía mi ministerio, es la que constantemente me está presentando dónde es necesario que ayude». Tras la pérdida de su madre, al año de ser sacerdote, estableció una relación más íntima con María y le pidió que, a partir de ese momento, fuera Ella su madre sacerdotal.

Un corazón indiviso

D. José García Hernández —sacerdote de la Diócesis de Alcalá de Henares—nos explica el verdadero significado del celibato sacerdotal, signo de entrega sin reservas a Cristo, para lo cual es necesario que el sacerdote tenga un corazón indiviso, es decir, sin divisiones, solo y exclusivamente para Dios. La misma entrega, el mismo amor que un marido pone en su mujer y en sus hijos, el sacerdote lo tiene que poner con toda la Iglesia. Y por ello, D. José García Hernández nos invita a preguntarnos: «¿Por qué al sacerdote se le pide amar tanto?».

El sacrificio de Cristo

D. Juan Cerrato Ponce —sacerdote de la Diócesis de Getafe (Madrid)— propone algunos consejos que nos ayuden a recogernos antes de la celebración de la Santa Misa y nos preparen al momento de la comunión. Al recibir el Cuerpo de Cristo respondemos «Amén», que significa: «Así lo creo». Atentos, porque «quien come el Cuerpo de Cristo indignamente, come su propia condenación», dice San Pablo (1 Cor 11, 27).

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